miércoles, 27 de mayo de 2015

El sufragio indirecto en el espejo



El sufragio indirecto, el que se pone en tela de juicio cuando interesa, deja un margen de maniobra que concede a las noches electorales un valor relativo. Y ahí tenemos al presidente del gobierno. Mariano Rajoy ha necesitado más de 48 horas, cada uno tiene su ritmo, para empezar a balbucear que tener más votos que nadie, cuando no se tiene más de la mitad, dice algo, o bastante, pero no todo.

¡Es el sufragio indirecto estúpido! ¿Qué ponía la cabecera de la lista que votamos el domingo? La blanca, al menos la mía, ponía concejales. Hemos votado listas con aspirantes a concejales. Quienes han conseguido ese puesto eligen ahora al alcalde. Parece sencillo. De Barrio Sésamo. Y las de color salmón exactamente igual. Hemos elegido parlamentarios autonómicos que ahora tienen que elegir presidentes de las comunidades autónomas.

Pues hay quienes se lían y acaban discutiendo de marxismo-leninismo -mira que tenían oculto que sabían de esa materia- cuando todo es mucho más sencillo. El estilo personal puede añadir mucho. La mayor sorpresa de la noche electoral, para mi, fue la renuncia explícita del cabeza de la lista popular de Cantabria pese a tener un diputado más que los regionalistas. Sabe que no le salen las cuentas. Quizá es lo más elegante que ha hecho en cuatro años y muy distinto de lo que se le ocurrió a su amigo Martínez Sieso hace doce años cuando al verse inesperadamente sin trabajo, por poco tiempo, pidió nuevas elecciones. Eso es un espíritu democrático y no el de las nuevas alcaldesas de Madrid y Barcelona.

Si no fuera triste, grotesco y muchas cosas más, podía ser gracioso. Que una señora como Esperanza Aguirre se atreva a enjuiciar la calidad democrática de Manuela Carmena es una explicación, sin necesidad de añadir más, de que el régimen surgido hace cuarenta años necesita profundos ajustes. El ministro del Interior no se ha quedado a la zaga. Todavía más triste y/o asqueroso es el juicio de algunos cornetas de las divisiones acorazadas mediáticas.

Si el problema es de comunicación, tienen unos meses para intentar explicar mejor lo que han hecho en estos cuatro años y que tan mal ha sentado al electorado. Y deberían empezar por explicárselo a los dirigentes populares que después de la derrota ya han anunciado que abandonan el cargo, de inmediato o en unos meses. O al presidente castellano-leonés, una de las pocas comunidades que seguirá presidiendo el PP y que ha invitado a su gran timonel a mirarse al espejo. No es fácil decírselo mejor.

Desde el punto de vista del interés mayoritario, lo mejor del pasado domingo ha sido para la confluencia de opciones, a veces sin adscripción partidista concreta, que ha aglutinado a todas o casi todas ellas. Tenemos una ley electoral que castiga la división. Ese ha sido el sustento del bipartidismo desde 1977. La Coruña, Santiago, Cádiz, Zaragoza, Barcelona y Madrid y muchos más sitios indican un camino y señalan con dedo acusador a quienes han tenido la posibilidad y por personalismos y/o sectarismos difíciles de comprender, han acudido divididos a la cita electoral.

El enfado con el partido gobernante es tan grande que, incluso divididos, caben posibilidades de relevo a alcaldes que creían que tenían el puesto asegurado. Pongamos Santander. Que en las posibilidades, tanto de Santander como de todos los mayores municipios y en el Parlamento de Cantabria, figure como determinante el Partido Regionalista deja bastante fuera de juego el discurso de la izquierda radical  al que se han abrazado quienes son incapaces de analizar mejor lo ocurrido hace tres días.

Y lo ocurrido tiene que ver con un enfado monumental del electorado con un partido que ha hecho prácticamente al 100% lo contrario de lo prometido, mientras se descubrían casos de corrupción diarios. Hay que ser un tanto ilusos para pensar que además, el electorado iba a premiar el aumento de la pobreza y la desigualdad.

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